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Tomar el pulso no sirve hoy para nada, cuando el paciente está supervigilado por miles de pantallas de monitor, que le controlan entre otras variables la tensión arterial, y la frecuencia cardiaca.
Pero los antiguos no lo podemos evitar; cada mañana nos acercamos a la cabecera del enfermo y le tomamos el pulso, así que yo cada mañana me acerco a los pacientes de la derechona y les palpo las muñecas y los muñecos, que ellos exhiben sin pudor.
Algunos creen que se trata de algo personal, pero ¿es esto algo “personal”?
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De personal nada; yo les tomo el pulso, y ese pulso es tan informativo como era leer el diario Alcázar durante la transición; mucho más que leer el ABC, o por supuesto El País, que no sabía nada de nada.
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Hay días que percibo lo que antiguamente se llamaba "cruce de la muerte": la frecuencia cardiaca les sube y la tensión y la temperatura les bajan –hoy se llama shock- y en esas circunstancias se rebelan y matan al mensajero.
“Estáis muy enfermos”, les digo y ellos, en su delirio, me llaman “Dr. Mengele! Dr. Muerte! Dr. Infierno! Dr. Montes! Pero yo sigo intentando empatizar con ellos, y procurar que sanen, y si no, al menos que su alma se salve.
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P.S.- Este es una especie de friso de adeptos. ¿Alguien sabe por qué no figuran en él algunos de los más conspicuos? Yo os lo digo: están subsumidos.
“Estáis muy enfermos”, les digo y ellos, en su delirio, me llaman “Dr. Mengele! Dr. Muerte! Dr. Infierno! Dr. Montes! Pero yo sigo intentando empatizar con ellos, y procurar que sanen, y si no, al menos que su alma se salve.
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