
Hace no mucho oí una entrevista a un neurólogo experto en sueño. Le preguntó el entrevistador que si aconsejaba a las parejas dormir en la misma cama o en camas separadas. “Bueno, dijo, al principio durmiendo en la misma cama se ahorra en tiempo y desplazamientos,


luego, cuando comienzan él con los ronquidos y ella con las piernas inquietas, más vale poner tierra por medio...”

No hablaré de los ronquidos pues todos sabemos qué son, o al menos como son: un ruido a veces ensordecedor que se produce por la vibración de los músculos de la faringe al pasar por ellos el aire de la respiración cuando están flácidos e hipotónicos. Afectan más a los hombres –los sufren sus parejas-, sobre todo por encima de los 40, y se agravan con la obesidad y el alcohol.

Los ronquidos no son fáciles de tratar; cuando se acompañan de apneas –interrupciones de la respiración- se aconseja dormir con la llamada máquina del sueño que inyecta aire a presión con una mascarilla, y que es engorrosa, pero dicen que puede evitar la somnolencia diurna, o consecuencias tales como el desarrollo de hipertensión y arritmias. Este problema de la “apnea del sueño” se ha popularizado en parte por los intereses de quienes fabrican y venden estas máquinas.

Lo del síndrome de las piernas inquietas –mal nombrado por el pueblo como “la pierna inquieta”- es menos conocido, y consiste en una sensación de malestar indefinible –como calor, como hormigueos, como opresión- en las piernas durante el sueño, que mantiene semidespierto a quien lo padece y le obliga a moverlas continuamente, sacarlas de la ropa y volverlas a meter.

Es, con mucho, cosa de mujeres, sobre todo a partir de los 40, y perjudica a quien con ellas duerme. Tiene tratamiento, útil solo a veces, como todos.

Pero lo peor es lo que se conoce como “trastorno del comportamiento en el sueño REM”. El sueño REM (de
rapid eye movements, o movimientos oculares rápidos) es una fase del mismo en la cual la actividad electrica cerebral es igual que la de la vigilia, los músculos del cuerpo están totalmente flácidos, y los ojos se mueven rápidamente en todas direcciones. En esta fase es cuando se producen los sueños bien estructurados, -como ese tan agradable en el que somos capaces de volar- pero también las pesadillas, especialmente aquellas en las que queremos huir y no podemos porque los músculos no nos obedecen.

A veces durante estos sueños somos capaces de superar la parálisis de nuestros músculos y hablamos o pataleamos, o damos manotazos a nuestro alrededor. Si esto se hace persistente y muy frecuente, puede ser un gran problema para el propio durmiente y para su pareja, que amanecerá con un ojo morado o con otras señales de violencia. Este trastorno puede ser preludio de algunas enfermedades neurológicas degenerativas, como el parkinson, y además no tiene tratamiento fácil. A veces quienes lo padecen han de atarse a la cama para evitar caídas.

Problemas relacionados son el sonambulismo y otras llamadas parasomnias, o la narcolepsia-cataplejia, pero lo dejaremos para otro día.

Los animales dormimos simplemente como adaptación al inevitable ciclo luz-oscuridad de nuestro mundo. Una vez que lo hacemos, nuestro sistema nervioso ha evolucionado para sacarle partido al sueño, reforzando y repitiendo actividades neuronales necesarias, o reseteando circuitos para que luego estén mejor operativos; eso son los sueños. Nada queda ya, en lo que sabemos, de los delirios de Freud acerca del sueño como revelador de zonas oscuras o censuradas de nuestro ser.

Hoy, puede uno soñar tranquilamente cosas raras, -como por ejemplo llegar a Presidente de Gobierno-, sin que le acusen de que quiere matar a su padre,

o tirarse a su madre.
Hoy una mujer puede soñar,



incluso con lobos blancos de rabo erecto,

sin que eso signifique que está deseando que la follen, como con frecuencia malinterpretaban los psicoanalistas

¿O no? Dr. Freud, ¿estás por ahí?
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P.S.-
Así estaba la cosa hoy, Malo, malísimo.