jueves, 16 de abril de 2009

La Salud, camaradas, y la maldición de Ondina

Ahora que voy saliendo de un jodido catarro aprecio la salud en lo que vale. La Organización Mundial de la Salud tiene para el término que la justifica una definición compleja: “La salud es un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no sólo la ausencia de afecciones o enfermedades”. Para otros, salud es la capacidad de vivir con bienestar, libertad e independencia, o una manera de vivir cada vez más autónoma, solidaria y gozosa”.

Hay una definición más simple: salud es sencillamente sentirse bien. Claro que hay gente que se siente aun bien y lleva ya encima un tumor como una casa. Para cada problema complejo hay una solución sencilla y errónea.

Hay otra aproximación pragmática al concepto de salud: “estar sano es no sentirse el cuerpo más que para lo bueno”. Si uno se siente el cuerpo para algo que no sea gozar, la cosa se hace preocupante: “me noto la mano, no me duele, pero sé que está ahí, ¿que tendré en la mano?”


Hay muchas formas de perder esta bendita ignorancia del cuerpo: ser conscientes de que el corazón nos late, o de que las tripas se mueven, o de que lo orina fluye... La peor de todas es ser conscientes de que respiramos. Respiramos trece veces por minuto, -exigimos el aire trece veces por minuto, como dijo el poeta-, y nada nos va en ello, pero hay gente que un día advierte que le falta el aire, que su sangre no se oxigena suficientemente... Esto se llama disnea, y es tremendo.

Hay una situación infrecuente, pero terrible, que recibe el poético nombre de “maldición de Ondina”. Consiste en que la respiración deja de ser automática, como habitualmente es; podemos parar la respiración a voluntad, podemos respirar más rápido o más despacio, si queremos, pero la respiración usualmente es un proceso automático que llevamos a cabo al mismo tiempo que hacemos muchas otras cosas –hasta los hombres-: respiramos mientras hablamos, mientras pensamos, mientras jodemos... De pronto, una lesión en determinada zona del tronco cerebral hace que solo puedas respirar de forma voluntaria, tienes que “querer respirar” para hacerlo. Y si te duermes, estás perdido.

Dios nos libre de las muchas Ondinas que nos acechan, en sentido real, o figurado


lunes, 13 de abril de 2009

La mili, perdida escuela de vida

Ahora que la mili obligatoria ha muerto todo el mundo habla bien de ella. Y es cierto que tenía grandes ventajas. Algunos ex-comentaristas de este blog se manifestaron a su favor. Ayer un reportero de un programa sobre procesiones y cofradías entrevistaba a algunos legionarios del cristo de la buena muerte de Málaga, y ante su incultura en jerarquía y disciplina los "legías" le repetían una vez y otra asombrados: “Tú no has hecho la mili, verdad?”

La mili era aprendizaje de vida. El periodo llamado de “campamento” -"CIR 16, donde se une España entera"- era como un "guantánamo" deportivo, en el que solo se podía pensar en dormir y comer, pues lo demás todo era sufrimiento, pero físico, que es el que menos duele: carreras en formación cantando recios himnos, tablas de gimnasia con el mosquetón, carreras de vuelta al bendito barracón, ducha fría, letrina, cantina, cena, imaginaria, madrugón –como el “Full Metal Jacket”, vamos-. Corría la leyenda del bromuro, pero todos creíamos que era innecesario. En medio estaban los peligrosísimos ejercicios de tiro con el temible CETME, mucho más peligroso que cualquier enemigo, y los llamados servicios: cocina, oficios, economato...

En los oficios dabas clases particulares a los hijos zotes de los tenientes y capitanes, o le arreglabas la tapa del delco o la abolladura del capó de su 1430. Si te tocaba economato te pasabas la mañanas preparando los pedidos de las casas particulares de los mandos y sus señoras, y las tardes repartiéndolos en camiones militares con carburante militar, que cargados de huevos, aceite, hortalizas y detergentes recorrían San Fernando y poblaciones aledañas; algunas propinas caían, no crean ustedes.

Cuando se ascendía de recluta a soldado del glorioso ejército –tras la llamada jura de bandera- te llevaban a un cuartel donde las horas transcurrían lentas. Tras la diana y el desayuno, el cabo nos formaba y destinaba a los más letrados a las letrinas –cura de humildad- y luego cantina, comida, siesta, cantina, paseo, litera; aquí ya si daba tiempo para pensar y hacer otras cosas, sobre todo en las horas muertas de las guardias y retenes, en camastros costrosos y apestosos donde las horas de sueño sabían a evasión y a gloria, con Pink Floyd, o Sandro Giacobbe sonando de fondo en los loritos.

Pocas formas había de escapar de aquello, una era hacia arriba, a oficinas o al botiquín de algún cuartel o regimiento, al hospital militar -el alma vendíamos al diablo o a quien fuese por salir de la maldita rutina alcohólica del cuartel-... y otra era hacia abajo, hacia el servicio doméstico –como ahora explicaré-, con mucho la escapatoria más satisfactoria y rentable.

En el ejército colonial donde serví –en los albores de la “transición”- persistía la institución del “machaca” que ya había desaparecido en la llamada "península".


El machaca o auxiliar era en realidad un soldado destinado al servicio doméstico de la casa particular de un mando y de su señora; tras la diana y el desayuno marchaba al domicilio familiar, donde su primera misión era llevar a los niños al colegio; luego la compra en el mercado, la limpieza de la plata... en fin, a las órdenes de la señora; algunos machacas presumían de sacar brillo a más cosas, entre ellas al sable –tantas horas solas las fieles esposas de los militares-, pero nunca se sabía a ciencia cierta, si bien es verdad que a alguna señora vi despidiendo a su machaca en el puerto, cuando llegaba la inevitable hora de la licenciatura.

A cambio de sus servicios los machacas no hacían guardias ni retenes, no vestían de soldado y llevaban el pelo algo menos rapado que el común de la tropa; eran respetados por la policía militar y por los propios militares en función del rango de su amo y su señora.

A algunos mandos les molestaba profundamente que el machaca limpiase el sable en los cortinajes del dormitorio despues de haberlo usado.

Así eran las cosas, este aprendizaje de vida y de corrupción se ha perdido. Ahora ya no se sirve a la Patria. Ya no se tiran las botas desde el último tren de retorno, o desde el ferry en el que se cruza el estrecho por última vez.

Tuvo que ser precisamente Aznar el que terminara con esto., La juventud española nunca le estará suficientemente agradecida. Claro que con un ejército así ni podría haber reconquistado Perejil, ni podría haber colaborado en la segunda guerra del golfo, porque le podía haber tocado ir a su yerno, y qué hubiera dicho su Botella!
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P.S.-




En los años 80 el escritor Muñoz Molina publicó un librito memorial en el que cuenta una mili, que en parte pudo ser la suya. Con mirada pretendidamente crítica, la narración está invadida por sublimaciones y autojustificaciones, como casi toda su obra. No recuerdo si es en la propia novela o en las entrevistas que concedió en promoción, donde decía que él no pudo declararse objetor, porque no estaba la objeción regulada y la única alternativa era la prisión militar. Muñoz mentía. Casi desde la desaparición del caudillo los militares se vieron obligados a aceptar la objeción; los objetores no se incorporaban filas, y eran "puestos en libertad" a la espera de que se promulgase la ley que regulase aquello; estos objetores de primera hora -de la edad de Muñoz o algo mayores que él- pasaron muchos años de angustia y acojono, con sus derechos restringidos ya en democracia, pero finalmente se vieron beneficiados por el gran número de ciudadanos que se acogieron a la ley una vez promulgada, y finalmente fueron "licenciados" sin mili ni "servicio sustitutorio". La verdad es que la propia terminología suena hoy tan rancia... pero solo se trata de decir la verdad: Muñoz no objetó porque no quiso, o porque le faltó valor, como a tantos otros; o recursos. No pasa nada por reconocerlo.

jueves, 9 de abril de 2009

Vírgenes en las calles / Jaulones cool

Mientras las calles españolas, y sobre todo andaluzas, son recorridas por vírgenes dolientes, -entre ella la famosa “greñúa”, titular de la parroquía de San Cecilio del barrio del realejo de Granada-, en la metrópolis se peca.


En la azotea del Hotel ME Reina Victoria, en pleno centro de Madrid, está el Terrace & Bar Penthouse, lugar de copas de moda. Para subir, si uno no se aloja en el propio hotel, que tiene acceso directo, se ha de guardar cola ante el ascensor, en la misma Plaza de Santa Ana. La cola está ordenada por negros discretos y elegantes.

Una vez arriba, el ambiente es agradable y cosmopolita. No demasiado caro.

Hay hermosas vistas sobre la plaza, gente relajada, algunos osos y hasta gente con turbante que se toma un copazo en agradable charla.

Lo más cool son los jaulones; hechos de madera, tienen almohadones por suelo. Pueden ocuparlos hasta seis personas, aunque la mayoría están vacíos o habitados por parejas o tríos

Para acceder a ellos ha de consumirse como mínimo “una botella”, generalmente de cava o champagne -de 100 Euros en adelante-, y no hay más normas. No tienen cortina protectora. La gente pasa por delante, mira de reojo y simula displicencia.


martes, 7 de abril de 2009

Menstruaciones con alma, opinión de expertos.

Hace unos años se puso de moda una corriente de actuación en medicina llamada “Medicina basada en la Evidencia”, una mala traducción del inglés, porque en inglés “evidence” no es “evidencia”, sino “prueba” (en español “evidente” es lo que no necesita pruebas).
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Esa corriente, además de algo estúpida -¿cómo podría existir una medicina no basada en pruebas, o basada en “no pruebas”?- tuvo un efecto paralizante, ya que defendía que no se debían tomar decisiones basadas en el razonamiento, sino en estudios científicos, tales como ensayos clínicos, y si algo –por ejemplo, un tratamiento- no tenía una eficacia demostrada por estos estudios no debía recomendarse. Como quiera que en medicina la mayoría de las cosas están por demostrar, el efecto era que muchos tratamientos de probable eficacia, aunque no bien demostrada, quedaban sin ponerse, y lo que es peor, que las aseguradoras o la administración negaban la financiación de esos tratamientos alegando que no estaban apoyados en pruebas suficientes.

Luego ha ido matizándose, y ahora se admiten pruebas o soporte de distinta calidad; la de máxima calidad en medicina es el ensayo clínico, en el que un tratamiento se compara con otro o con un placebo, asignando cada caso a uno u otro al azar, y sin que el paciente ni su médico sepan cual le ha tocado –estudios llamados “ciegos”-; si no hay ensayo clínico de esa categoría, puede recurrirse a pruebas de peor calidad, por ejemplo ensayos sin asignación al azar, o sin carácter “ciego”. O descripción de series de casos, o incluso de casos aislados; finalmente, la prueba científica de peor calidad para apoyar algo es la “opinión de los expertos”.

Parece paradójico, pero es así; la opinión de los expertos desde un punto de vista científico es un argumento de muy baja calidad; su opinión además, con no poca frecuencia está sesgada, o incluso es venal. Además, por cada experto que opine en una dirección se puede encontrar al menos otro que opine en la contraria.

Me viene esto a la memoria a propósito del Manifiesto de Madrid; unas centenas de “expertos” en diversas cosas creen estar en posesión de la verdad científica en lo que respecta al origen de la vida humana y la aprovechan para recomendar leyes restrictivas.

En rigor, esos señores saben lo que tú y yo: que cuando se unen el óvulo y el espermatozoide se completa el genoma de un eventual ser humano, que llegará a serlo si muchas otras circunstancias le son propicias, entre ellas que la madre no desee interrumpir el proceso; junto a esto, sabemos que alrededor de las 22 semanas de gestación el feto es ya capaz de vida independiente, y que si llega a nacer, a las 24 horas el derecho civil –creación puramente humana- le considera persona.
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Eso es lo que saben los pretendidos expertos, y también nosotros. ¿Por qué su opinión ha de ser más tenida en cuenta que la nuestra, y sobre todo que la de la madre?


Claro que la respuesta que necesitamos, y que solo nos pueden dar los expertos que tiene línea directa con el señor, los teólogos, es cuándo deposita éste el alma en el nuevo ser, o sea cuándo se produce la "animación" que convierte a una sola célula o a un grupito de ellas en un ser humano con todas sus potencialidades y sus derechos. ¿En el momento de la fecundación? ¿En el de la nidación? ¿En algún otro punto bien definido del proceso?

Muy temprana no debe ser esta operación, porque nunca les hemos oído aconsejar a las mujeres que bauticen las menstruaciones tardías o los abortos espontáneos tempranos por si en ellos, entre los cuajarones de sangre y los posibles restos embrionarios, va un almita inocente caminito del limbo, y lo mismo ocurre con los múltiples embriones que se generan en las técnicas de fecundación in vitro y que no son implantados. ¿Por qué nunca les hemos oido recomendar que se bautice la probeta, al menos como mal menor?
No terminan de aclararse. Es que se distraen en asuntos dinerarios y menores y no resuelven lo importante.