Hace algunos años, antes de que Canal + se convirtiese en Cuatro, había en esa emisora un programa de cuyo nombre no quiero –no puedo- ahora acordarme en el que se emitía una entrevista póstuma. El personaje, próximo a la muerte, sea por edad, sea por enfermedad, contestaba en el conocimiento de que solo después de su muerte se emitiría esa entrevista. Había morbo en la idea, pero puedo asegurar que ninguno de los programas que vi respondía a las expectativas. Se diría que los personajes eran incapaces de colocarse en el mundo de los muertos, donde ya estaban cuando les escuchábamos, y mantenían vivos todas sus temores y mezquindades.

Me acordé de este programa viendo hace unos días una entrevista a Santiago Carrillo. Estoy seguro de que el anciano político grabó no una, sino varias entrevistas en ese programa, para sobrevivir al cabo al propio programa y a los entrevistadores. En el rato que vi el entrevistador no le preguntó por Paracuellos. Supongo que estaría pactado, porque la entrevista iba de buen rollo y Carrillo no quiere ya que le pregunten por eso, porque dice que ya ha hablado mucho del tema; y el problema es que Carrillo ha hablado de Paracuellos, pero no ha contado qué pasó, y debería hacerlo.
Cada vez que discutamos con alguien de derechas sistemáticamente nos acusará de apoyar a Castro frente a Wall Street, y de “Paracuellos”. De Castro –al que no defiendo en absoluto- no voy a hablar ahora, pero Paracuellos me jode, porque cada vez que uno aterriza o despega de Barajas no puede evitar que parte de sus plegarias de ateo vuelen en dirección a aquella cruz blanca en la ladera.
El ideario y la praxis de la derecha se basan en valores y creencias, en la fé, con toda la hipocresía que ello conlleva. Los de izquierdas deben basarse en explicaciones lógicas, en la razón, y en el análisis de las propias contradicciones. No sabemos que pasó en Paracuellos, o sabemos parcialmente qué pasó, pero no cómo o porqué, y esas respuestas existen y siguen siendo necesarias. Solo con ellas podemos contrarrestar la sinrazón y la acusación que busca una falsa equidistancia.

Cuéntelo, Sr. Carrillo, no deje que lo hagan Pío Moa y César Vidal, ni siquiera Gibson, en su nombre.