No sé como decir...

“No sé cómo decir gracias... Lo he perfao... por favó...”. Así comenzó el actor Alfredo Landa sus palabras de agradecimiento por su Goya honorífico en la ceremonia de entrega de dichos premios del pasado año. La gente pensó que era una broma, o que la emoción le embargaba y le aturdía; la verdad es que estaba sufriendo un ictus, que finalmente quedó en un “accidente isquémico transitorio”, pues Landa se recuperó en unos minutos. Me consta que una colega llamó a la sede del evento y recomendó que le viera urgentemente un neurólogo. No dudo de que se haría, y de que sería correctamente diagnosticado y tratado, aunque el protagonista dijo en una entrevista reciente que todo se había atribuido finalmente a estrés. El caso es que a principios de enero ingresó en la Clínica del Rosario, de Madrid, con un ictus establecido, cuyo alcance desconozco.

Fijaos en como es su trastorno: no encuentra las palabras, da rodeos, las transforma haciendo neologismos –llamados parafasias- y es consciente de que algo le pasa y de que no puede expresarse; está sufriendo lo que se llama una afasia expresiva, muy probablemente porque parte de su corteza cerebral frontal izquierda –si no es zurdo- no está recibiendo el suficiente flujo cerebral que necesita para su funcionamiento correcto; el coágulo intra-arterial que con seguridad estaba produciendo eso, acaba por disolverse y la situación se normaliza, pero el peligro continua; vienen más coágulos si no se pone solución.

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Lo habitual es que lo que le ocurrió a Don Alfredo se acompañe de debilidad en el lado derecho de la cara y en las extremidades derechas, pero probablemente el área de corteza afectada era muy pequeña, y eso no ocurrió entonces. Hay formas más graves de afasia, en las que el paciente no solo es incapaz de expresarse, sino también de entender, y su lenguaje se convierte en una jerga sin sentido, aunque cree que está hablando correctamente.

¿Adonde va el alma, o la mente, en estas situaciones? Es una demostración clara de como la capacidad de hablar, de expresar nuestras ideas y sentimientos verbalmente, algo que parece proceder directamente de nuestra parte más noble y espiritual, la mente, se va al carajo si el cerebro no funciona como debe. La mente se esconde cuando el cerebro se atasca. Por algo será.

Ayer vi El Exorcista en La Uno. Más allá de los aspectos terroríficos, es una excelente exposición de cómo se abordaba un problema médico presuntamente cerebral cuando –en los setenta- no había TAC ni Resonancia; a la niña se le busca una lesión en el lóbulo temporal por métodos indirectos, mediante una angiografía como se hacían entonces, pinchando directamente la carótida en el cuello para inyectar el contraste y buscar desplazamientos de las arterias por la lesión, o inyectando aire en los ventrículos cerebrales –una neumoencefalografía-.


No podía ni imaginarse entonces que solo unos años después podríamos ver directamente el interior del cerebro, y sin pinchar ni tocar. No se cura mucho más ahora, pero se hace sufrir menos a los pacientes, sin duda. Es interesante también observar la actitud del neurólogo, que en su incapacidad para ver más allá de sus propias napias entiende que los movimientos de la cama que le cuenta la madre son debidos a una convulsión. “El problema no está en la cama, señora, sino en el cerebro de su hija”, le espeta. Estaba apañado.

Son finalmente los psiquiatras, especialistas del alma, quienes piensan en El Maligno como agente causal. Perfecto.
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