Prédicas para los días de pasión

Fue Fray Primitivo un franciscano mendicante que desarrolló su actividad profesional en la Italia -"avant-la-lettre"- del alto medioevo.

Cada mañana salía de su convento a ejercer su misión más por dar a otros la oportunidad de ejercer la caridad que por propio lucro. Cada tarde volvía agotado al monasterio.

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Cuando ya lo divisaba cercano, aliviaba su enorme sed en un pozo que junto al camino se hallaba, hasta que un día decidió ofrecerla al cielo pasando de largo ante el pozo.

Al levantar la vista vió como el señor había premiado su sacrificio con un nuevo lucero en el firmamento del crepúsculo. Y así vino ocurriendo día tras día de su larga vida.

Ya muy anciano, los superiores le asignaron un novicio para hacer con el la mendicación. Al regresar, llegaron al pozo, y Fray Primitivo advirtió la ansiedad en los ojos de su joven compañero. Iba a pasar de largo como cada día, pero reflexionó y encontró prudente renunciar a su propio sacrificio en beneficio de la caridad hacia el novicio, de modo que bebió, permitiendo así que su discípulo saciara su sed.

Cuando, al reanudar el camino, elevó como cada tarde sus ojos al cielo pensando que ese día no habría lucero, estos se le inundaron de lágrimas de alegría al comprobar que no había uno, sino dos, los más bellos.



Piense cada cual, en estos días de recogimiento, cual es su sacrificio, quién su novicio, qué su lucero.


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La pasión es distinta en los dos polos de Andalucía