jueves, 30 de octubre de 2008

A opinar, desde casa


Oigo en las noticias de La Mañana que Su Majestad la Reina ha opinado. Le abre su corazón a la periodista Pilar Urbano y nos dice a través de ella que no le parece bien que el matrimonio entre homosexuales se llame matrimonio, ni le gustan el aborto o la eutanasia; sí le parece bien que se enseñe religión en los colegios, porque hay que explicar a los niños el origen de la vida... creacionismo y cosas así, supongo. Evidentemente la reina no piensa como yo, sino más bien como los millones de votantes de la derecha que hay en este país; sin embargo la derecha no le quiere a ella, y eso se ha notado mucho en la forma como el monaguillo rabioso de la COPE ha comentado la noticia, cabreado entre otras cosas porque le filtran la noticia primero a PRISA.

Para compensar esa ideología tan conspicua su majestad elogia a Felipe González, a Zapatero y a Alfonso Guerra, y dice de Aznar que “era” demasiado serio –está claro que ahora él es un cachondo y ella siempre ha sido un verdadero cascabelillo-.

A la Reina le gusta la derecha. Me parece que ella, Ellos en general, no gustan demasiado ni a la derecha ni a la izquierda. He ahí un buen punto de comienzo para una verdadera reconciliación nacional. Ella en su casa de particular opinando como quiera, y una forma de estado más moderna y racional en la de todos.

Lo malo sería que éste aspirase a ser Presidente...

Gracias, Jaime, por el consejo



Porque no es la impaciencia del buscador de orgasmo
quien me tira del cuerpo a otros cuerpos
a ser posiblemente jóvenes:
yo persigo también el dulce amor,
el tierno amor para dormir al lado
y que alegre mi cama al despertarse,
cercano como un pájaro.
¡Si yo no puedo desnudarme nunca,
si jamás he podido entrar en unos brazos
sin sentir -aunque sea nada más que un momento-
igual deslumbramiento que a los veinte años !





Para saber de amor,
para aprenderle,
haber estado solo es necesario.
Y es necesario en cuatrocientas noches
-con cuatrocientos cuerpos diferentes-
haber hecho el amor. Que sus misterios,
como dijo el poeta, son del alma,
pero un cuerpo es el libro en que se leen.


De Jaime Gil de Biedma, "Pandémica y Celeste".


martes, 28 de octubre de 2008

El dolor, ese amigo

Conocí a un niño que era insensible al dolor, literalmente insensible. ¡Qué suerte!, dirán algunos. No. Aquel niño sufrió mucho y murió antes de llegar a adolescente. Malcreció entre fracturas indoloras que le deformaban los miembros, quemaduras múltiples, erosiones y heridas que le destrozaban la piel. Su propia lengua estaba destrozada por mordeduras involuntarias. No había forma de protegerle contra nada, contra ninguna agresión, si hubiera sobrevivido más no le habría dolido una potencial apendicitis, ni un infarto, que no le habrían avisado....

Murió porque su insensibilidad al dolor, -una anormalidad del desarrollo de su sistema nervioso que le hacía carecer de las fibras y terminaciones nerviosas apropiadas-, iba unida a una falta de sudor por ausencia de glándulas sudoríparas -sistema nervioso y piel proceden del ectodermo, una de las tres capas embrionarias-, y esto le hacía muy propenso a sufrir golpes de calor, uno de los cuales acabó con él alrededor de los quince años.

No es pues ninguna suerte ser insensible al dolor. Filogenéticamente el dolor en un instrumento de defensa frente a agresiones –externas e internas- que se ha instalado evolutivamente en todas las especies porque resulta imprescindible.

En la especie humana el sustrato para la percepción del dolor es particularmente complejo, y en él están envueltas desde las terminaciones nerviosas de la piel y algunos órganos hasta áreas de la corteza cerebral sobre las que proyecta sus conexiones el tálamo, núcleo cerebral donde todas las vías del dolor hacen recambio. Una parte importante de la información llega al sistema límbico, donde se elaboran las emociones.

El dolor no solo se percibe, sino que se reconoce como tal y se interpreta, encajándolo en el contexto que lo provoca. No son lo mismo los dolores del parto, -llenos de sentido para la madre-, que el dolor insufrible y absurdo de algunos cánceres avanzados. No es lo mismo el dolor de una muela que nos aflige y nos atormenta “desde fuera” que el dolor del cilicio que los penitentes se ponen voluntariamente para mortificar su carne. No es lo mismo el dolor que produce una jaqueca por terrible que sea, que el dolor que provoca la tortura, del que se puede huir si se delata...

El sistema nervioso humano puede fallar en la percepción del dolor –insensibilidad al dolor, como la del niño que comenté-, pero también en el reconocimiento de una sensación dolorosa como tal –agnosia para el dolor, se siente el dolor pero no se reconoce-, o en la interpretación del propio dolor –asimbolia para el dolor, que hace al que lo padece incapaz de elaborar las respuestas adecuadas a una sensación a la que no es capaz de atribuir significado-.

Estamos acostumbrados al sufrimiento que el dolor provoca, pero no a la indefensión que produce su ausencia, indefensión física, pero también emocional y ética, si es que pudiéramos decir que estas no son también físicas.

Subida al monte Calvario. Luca Giordano (Tomado del blog "Profesor en la secundaria",

domingo, 26 de octubre de 2008

Por lo mucho que amamos la vida...

Por lo mucho que amamos la vida,
Porque nos hemos liberado de temor y de esperanza,
Agradecemos con esta breve plegaria
A quienquiera que puedan ser los dioses,
Que nada viva por siempre,
Que los muertos nunca resuciten,
Y que incluso el río más estático
Se abra finalmente por alguna parte al mar.


(From too much love of living,
From hope and fear set free,
We thank with brief thanksgiving
Whatever gods may be
That no life lives forever;
That dead men rise up never;
That even the weariest river
Winds somewhere safe to sea.)

Algernon Charles Swinburne 1837-1909
The Garden of Proserpine
(Traducción del autor)

viernes, 24 de octubre de 2008

Del "tumbao" a la fatiga crónica



Hace unos años Luis Landero nos deleitaba con un artículo sobre los “tumbaos”; se trataba de personas que estando en edad laboral y con trabajo, un buen día decidían no levantarse más de la cama. No se declaraban enfermos, ni aparentemente les pasaba nada; simplemente decidían tumbarse y no levantarse más de su lecho para cosa alguna; ahí pasaban meses o años, que no consta si alguno llegaba a salir de esa situación. "Fulano se ha tumbao", -se decía-, la familia acogía con resignación lo que era una verdadera desgracia, y la esposa, -pues los tumbaos solían ser hombres-, debía a partir de ese día ocuparse de llevar sustento a casa, sea trabajando ella misma o gracias a la caridad de vecinos y familiares.


También en mi pueblo debió existir esa figura, pues recuerdo haber peleado por levantar sigilosamente una persiana desde la calle tratando de ver a algún tumbao que acababa de declararse así; creo que no llegué a atisbarlo, y lo más aproximado que recuerdo haber visto es a ese escritor latinoamericano ya fallecido, -Juan Carlos Onetti-, que siempre atendía entrevistas desde su cama y parecía residir en ella.



Me pregunto si ese mal, que se daba en los pueblos extremeños allá por los cincuenta, guarda alguna relación con lo que hoy se conoce como síndrome de fatiga crónica. Personas también en edad laboral, y generalmente activas, comienzan más o menos de pronto con una sensación de cansancio extremo que les invalida y les incapacita para trabajar y para disfrutar; visitan médicos, se someten a análisis y contra-análisis, van de un especialista a otro, del internista al neurólogo, del neurólogo al reumatólogo –a veces tienen dolores musculares, lo que se conoce como fibromialgia- pero todo es normal y nadie les da solución. Ellos desean una etiqueta que les conceda las ventajas de declararse enfermos, pero solo obtienen incomprensión y frialdad, tanto por parte de los profesionales, como de su familia y amigos, que no acaban de entender qué les pasa. No han contraído una enfermedad reconocida, sino algo no aceptado copmo tal por la mayoría de los profesionales, una enfermedad-no enfermedad.

La fatiga crónica no es la única enfermedad-no enfermedad; algunos la relacionan con otros procesos como el síndrome de sensibilidad química múltiple, o el síndrome del implante mamario, o el síndrome del edificio enfermo, o el síndrome de la guerra del golfo, todos ellos con la característica común de la normalidad de todas las pruebas que buscan un origen “orgánico” al padecimiento y la impresión de manipulación del entorno que a veces estos pacientes parecen ejercer.



El “tumbao” -y la tumbá, si la hubiese- encierran mucha más poesía que el sufriente de estas dolencias postmodernas.

miércoles, 22 de octubre de 2008

El libre albedrío: otro autoengaño más

Se ha comparado nuestro cerebro con un ordenador de gran complejidad. Aceptemos el símil aunque sea simplista. Nuestro ordenador cerebral dispone de unos periféricos –los órganos de los sentidos- que constituyen el input. Con la información que le suministran, una vez convertida en señales comprensibles para él –neurotransmisión física y química- y sobre la base de su configuración genética, el cerebro elabora respuestas, tanto frente a situaciones simples, como frente a problemas motores o de comportamiento de gran complejidad. Hay que tener en cuenta también que el único periférico efector es el sistema muscular, a través del cual nuestro cerebro emite todas sus respuestas; no tiene otra forma.
Los defensores de la mente –o del alma-, la gente de letras, utilizan un argumento que consideran incontrovertible: la voluntad, en el sentido de libre albedrío, o capacidad para decidir y para elegir una entre varias opciones. “Yo quiero mover mi brazo –dicen- y de este pensamiento, que es una cosa bien abstracta, se desprende el movimiento real del miembro, que es una cosa bien física. Yo además muevo el brazo cuando quiero, y puedo elegir si muevo el izquierdo, o el derecho, o hago cortes de manga”. Dicen eso, y se quedan tan satisfechos. Nada más falaz. Veamos.


La sensación de libre albedrío no es sino otra trampa que nuestro propio cerebro nos tiende. Por diferentes experimentos sabemos que cuando tenemos la sensación que que queremos hacer algo y creemos dar la orden, hace ya rato que el cerebro decidió por nosotros. Hay un potencial eléctrico cerebral, llamado “readiness potential”, o “potencial del estar listo”, que se dispara medio segundo antes de que tengamos la sensación de haber decidido un acto motor. Cuando se adaptó un proyector de diapositivas a pasar acoplado a ese potencial, el conferenciante se llevaba la sorpresa de que cuando iba a apretar el botón para pasar diapo ésta ya había pasado, pero si “simulaba” querer pasar, la diapo no pasaba. En otros experimentos, una resonancia funcional recoge información del cerebro de individuos a los que se les da a elegir entre varios actos motores; en función de las áreas cerebrales que se activan un ordenador “adivina” cual de los actos va a elegir el sujeto varios segundos antes de que este tenga la sensación de que decide y lo haga, o sea que cuando lo hace todo estaba ya decidido de antemano. El cerebro nos engaña haciéndonos creer que elegimos nosotros cuando ya todo está elaborado y ordenado; nos hace esa "concesión", probablemente útil, cuando la evolución ha seleccionado esa forma de proceder.

“Sí, -dicen los de letras-, será como tú dices, pero si yo quiero mover el brazo –fase mental e inmaterial- lo muevo –fase material y física-“. La respuesta es: el hecho de que tu filosofes sobre esto no es más que la respuesta sofisticada que el cerebro da tras una compleja elaboración de información y educación. ¿Se preguntará alguna vez un cabrero si es voluntaria su decisión de tirar piedras para congregar al rebaño?





¿Será verdad, a la postre, que podemos decidir y elegir? ¿Cuando?

martes, 21 de octubre de 2008

De la anticipación a la fenocopia

Se conoce como "anticipación" al hecho de que determinadas enfermedades hereditarias aparezcan cada vez antes –y también con mayor gravedad- en las sucesivas generaciones de las familias afectadas. Así, si en el abuelo la enfermedad dio sus primeros síntomas a los digamos 35 años, en el nieto lo hará por ejemplo a los 16.
Cadena de DNA
Durante un tiempo se pensó que esto era falso, y simplemente producto de la vigilancia: si se esperaba –se temía- que el nieto hubiese heredado la enfermedad que ya padecieron el padre y el abuelo, los primeros síntomas se advertirían con más facilidad, y por tanto aparentemente antes.

Bebé con la forma más grave de distrofia miotónica, la neonatal

Sin embargo, hoy se sabe que la anticipación existe en verdad, porque se ha descubierto su curiosa base genética. La mutación que da lugar a estas enfermedades que se anticipan consiste en una repetición exagerada de tripletas de bases en el ADN de determinados genes; esta repetición de tripletas es inestable y cambia el número en la división celular, en general incrementándose; así si una persona “normal” tiene en determinado gen de su ADN 20 repeticiones, en sucesivas generaciones cambiará a 18 o a 25, pero quién tenga un número elevado de repeticiones, por ejemplo más de 50 –algunos individuos tienen hasta miles- padecerá la enfermedad, y al incrementarse el número de tripletas en sucesivas generaciones la enfermedad será cada vez más manifiesta, más grave y con comienzo más precoz.

Gen de la distrofia miotónica

Las enfermedades que tienen como base genética un número exagerado de repeticiones de tripletas son todas graves, se heredan de forma dominante –basta con tener el gen anormal procedente de uno solo de los progenitores para padecerlas- y todas implican una degeneración del sistema nervioso; ejemplos son la corea de Huntignton (espasmos musculares erráticos y deterioro mental), o la distrofia miótonica (degeneración de los músculos y retraso mental).


Cerebro de fallecido con enfermedad de Huntington

Se podría pensar que al ser la enfermedad cada vez más grave llegaría un momento en que los que la padecen no podrían ya ni reproducirse y así la enfermedad se auto-extinguiría, pero no ocurre así; de vez en cuando acaece lo contrario: el número de repeticiones de tripletas al pasar de una generación a otra no se incrementa, sino que se contrae, manteniendo de esta forma la enfermedad en lamentable equilibrio ecológico

Primates desnudos

Oi hablar por primera vez de la “anticipación” hace mucho tiempo, cuando leí “El mono desnudo” de Desmond Morris. Me llamó la atención que el autor atribuye “anticipación” a la homosexualidad masculina, de forma que, según el autor, un padre con cierta tendencia tendría un hijo más polarizado y un nieto homosexual estricto; ignoro si esto que contaba Morris sigue siendo hipótesis de trabajo –no encuentro en Google nada relacionado con ello-, ni si tras esa presunta anticipación de la homosexualidad podría subyacer el mecanismo de las tripletas. De paso, me acuerdo de lo mucho que –incomprensiblemente para mí- molesta a algunos homosexuales militantes que se busquen bases biológicas a su orientación sexual, como si fuesen todos de letras y pensasen que la homosexualidad no está en el cerebro, sino en la mente, que fuese no una determinación biológica, sino una opción libre, como si las opciones libres estuviesen al alcance del ser humano. No quiero con esto, obviamente, decir que considere la homosexualidad una enfermedad, sino precisamente lo contrario que está tan determinada por la biología –y por su interacción con el entorno- como la heterosexualidad o cualquier otra faceta del primate sapiens o de su comportamiento.

Monito casi desnudo

Gran simio a medio vestir

También nos hizo notar Desmond Morris como en las hembras de mamíferos que adoptaron la bipedestación, su delantera es fenocopia de su trasero, de forma que los machos heterosexuales de la especie bípeda no acabasen por desorientarse del todo (véase última foto)

Autofenocopia (arriba busto, abajo nalgas, ¿o viceversa?)

domingo, 19 de octubre de 2008

Sitios de paso, casi todos para no volver...



Por trabajo, o por placer, conocemos hoteles,



de España y del mundo,


habitamos sus espacios, más o menos pretenciosos, con más o menos diseño,

poblados por sus propios fantasmas,

son más o menos confortables...



pero ninguno como el de París... ¿Quién no es capaz de reconocerlo entre todos?